El Umbral de la Sombra capitulo 3

"El Umbral de la Sombra".


Capítulo Tres: La Habitación de los Espejos

El mundo de Javier Aguilar se encogió y aceleró. La noche en la pensión portuguesa se disolvió en el zumbido presurizado de la cabina de un jet Gulfstream G550 sin insignias. Aterrizaron en una pista de aterrizaje privada en las afueras de Berlín bajo una llovizna fría que parecía lavar el color del mundo. No hubo pasaportes, no hubo aduanas. Solo un sedán negro esperando en el asfalto mojado.

Dentro del coche, un maletín. Contenía ropa que le quedaba a la perfección, un teléfono nuevo, varios documentos de identidad falsos de impecable calidad y un reloj. Javier se cambió en silencio. El hombre de Azeitão, con sus camisas de lino arrugadas y su piel bronceada, fue reemplazado por un consultor de logística de Bruselas llamado Jean-Luc Tissot. Un hombre gris, olvidable. Un fantasma. El reloj era un Omega Seamaster, pesado y frío en su muñeca. Era su antiguo reloj de servicio. Un regalo de bienvenida y una correa al cuello, todo en uno.

El sedán se adentró en el barrio de Mitte, pero evitó las galerías de arte y los cafés de moda. Se detuvo frente a un edificio de oficinas de la era de los 90, una construcción anónima de cristal tintado y acero que podría haber albergado una empresa de importación o una firma de abogados de medio pelo. No había guardias visibles. La única seguridad era el anonimato.

Un hombre sin rostro lo condujo por un pasillo monótono hasta un ascensor. No pulsó ningún botón. El ascensor descendió, mucho más de lo que la estructura del edificio parecía permitir. Cuando las puertas se abrieron, no daban a un garaje, sino a un mundo diferente.

El aire era frío y olía a ozono y a café quemado. Era un espacio abierto, un búnker de alta tecnología iluminado por el resplandor de una pared de pantallas. Cables corrían por el suelo como venas. El único sonido era el zumbido bajo y constante de los servidores y los sistemas de ventilación. Era una de las nuevas "Estaciones Digitales" de La Entidad, un puesto de escucha y análisis diseñado para una era en la que las guerras se libraban con terabytes.

Y en el centro de esa telaraña, de pie frente a la pantalla principal, estaba ella.

Anja Petrova era más joven de lo que su voz sugería, quizá veintiocho o veintinueve años. Alta y delgada, con el pelo rubio ceniza recogido en una coleta severa. Vestía unos sencillos pantalones negros y un jersey de cuello alto gris. No había rastro de maquillaje en su rostro pálido y anguloso. Sus ojos, de un azul intenso y glacial, lo evaluaron sin pestañear mientras se acercaba. Irradiaba una calma y una competencia que eran casi inhumanas.

—Señor Aguilar —dijo, su voz idéntica a la de la llamada. No le ofreció la mano. Su dominio era este espacio, y él era el intruso—. O debería decir, señor Tissot. Su vuelo fue puntual. La eficiencia es apreciada.

—Llámame Javier —respondió él, deteniéndose a un par de metros. Estudió el espacio, las pantallas, y luego a ella—. Y tú eres Anja. La que encontró el eco en el cristal.

Una casi imperceptible contracción en la comisura de sus labios. —¿Una metáfora? Las encuentro imprecisas. Prefiero los datos.

—Los datos te dicen qué pasó —replicó Javier, acercándose a la pared de pantallas—. No te dicen por qué. El porqué es humano. Muéstrame lo que tienes.

Durante la siguiente hora, Anja lo guio a través de los fragmentos digitales de su enemigo. Era una maestra en su elemento, moviéndose por flujos de datos complejos con una fluidez asombrosa. Le mostró la firma del código, el "veneno" digital, y cómo mutaba ligeramente en cada ataque, aprendiendo, adaptándose. Le mostró los objetivos: la red eléctrica de Ucrania, la base de datos de defensa holandesa y, ahora, la psique de Toshiro Kagawa.

En una de las pantallas, el rostro deepfake de la pequeña Emi Kagawa lo miraba, sus ojos pixelados llenos de un miedo fabricado.

—Son tres ataques en dos años —dijo Anja, señalando un mapa del mundo donde tres puntos rojos brillaban—. No hay un patrón geográfico. No hay un objetivo ideológico claro. Son caóticos.

Javier negó con la cabeza. Se alejó de las pantallas y se sirvió un vaso de agua. Sus movimientos eran lentos, deliberados, un contrapunto a la energía frenética de la información que los rodeaba.

—No son caóticos —dijo en voz baja—. Y no son ataques. Son experimentos.

Anja se giró, arqueando una ceja. —¿Experimentos? La red eléctrica de Kiev estuvo caída durante doce horas. Eso no es un experimento, es un acto de guerra.

—No. Un acto de guerra tiene un propósito: conquistar, destruir, desmoralizar. Ellos solo la apagaron. Observaron la respuesta —la reacción de los servicios de emergencia, el pánico en los mercados, la respuesta política— y luego se fueron. Lo mismo en Holanda. No filtraron los datos más dañinos. Solo demostraron que podían hacerlo. Y con Kagawa... con Kagawa probaron la variable más difícil de todas: el alma de un solo hombre. Están probando sus armas, Anja. Calibrando su alcance.

Una nueva luz se encendió en los ojos de Anja. Empezó a teclear furiosamente.

—Está recontextualizando los datos... —murmuró—. De "ataque" a "prueba de concepto".

—En el informe de Viena —continuó Javier—. El académico de Katja. Mencionó un nombre antes de que lo mataran. Un nombre que descartamos como irrelevante. "Cincinato".

—Cincinato —repitió Anja, y sus dedos volaron sobre el teclado—. Lucio Quincio Cincinato. El dictador romano. Le dieron el poder absoluto para salvar al estado, y lo devolvió dieciséis días después. Un símbolo de liderazgo virtuoso y desinteresado.

—O un símbolo de que, a veces, para salvar a la república, se necesita un dictador —corrigió Javier—. ¿Qué pasa si usas "Cincinato" no como un nombre, sino como un parámetro ideológico en tu búsqueda? No busques hackers o agencias de inteligencia enemigas. Busca individuos o grupos que crean que el sistema actual es un fracaso. Gente que cree que el mundo necesita ser salvado de sí mismo.

Anja se quedó en silencio, absorta en la pantalla. Las líneas de código y los artículos de noticias volaban por la pantalla. El zumbido de los servidores pareció intensificarse.

—Encontré algo —dijo al fin, su voz tensa—. Los tres "experimentos" tienen un hilo común que pasamos por alto. No son aleatorios. Cada uno tuvo lugar justo antes de una decisión crítica que habría fortalecido la estabilidad de los sistemas existentes. El ataque a Ucrania fue justo antes de que firmaran un acuerdo de cooperación energética con la UE. La filtración holandesa, antes de una votación clave para aumentar los fondos de defensa de la OTAN. Y Kagawa... su acuerdo habría protegido al yen de las fluctuaciones del mercado durante una década.

—No están creando caos —comprendió Javier—. Están podando las ramas. Están evitando que el sistema se arregle a sí mismo, para poder argumentar que está roto sin remedio. Quieren que fracasemos para poder presentarse como la única solución.

—Hay más —dijo Anja, señalando una nueva ventana en la pantalla—. He proyectado el patrón. He buscado el próximo punto de estrés geopolítico donde una sola decisión podría tener un impacto global estabilizador. Hay una coincidencia de alta probabilidad en doce días.

En la pantalla apareció el logo de la Cumbre Mundial sobre el Clima.

—Ginebra —leyó Javier en voz alta—. Se espera que las potencias mundiales firmen el "Acuerdo de Carbono Vinculante". Un tratado que unificaría las políticas económicas y energéticas de una manera sin precedentes. La mayor medida de estabilización global en treinta años.

—Es el objetivo perfecto para ellos —concluyó Anja—. Si pueden sabotear esa cumbre, no solo económica, sino psicológicamente... si pueden hacer que los líderes mundiales desconfíen unos de otros en el último momento...

—... pueden demostrar que la cooperación es imposible —terminó Javier—. Y que solo un control absoluto, el suyo, puede forzar el orden.

Se hizo el silencio en la habitación de los espejos. El rostro de la pequeña Emi Kagawa todavía los observaba desde una de las pantallas, un recordatorio del coste humano de esta guerra invisible. El fantasma tenía un nombre: Cincinato. Y ahora, por primera vez, tenían un destino. Tenían un campo de batalla.

Javier se acercó a Anja, mirando el mapa de Ginebra que ahora llenaba la pantalla central. El hombre gris, el consultor de logística, había desaparecido por completo. En su lugar estaba el Agente de Campo Aguilar, y estaba dando su primera orden.

—Bien. Dejemos de reaccionar. Vamos a tenderles una trampa. Búscame todo lo que haya sobre el jefe de seguridad de la cumbre. Quiero saber qué desayuna, a qué le tiene miedo y qué secretos guarda. Vamos a darle a Cincinato un espejo en el que mirarse. Y vamos a romperlo delante de sus narices.

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