El Umbral de la Sombra capitulo 4
"El Umbral de la Sombra"
Capítulo Cuatro: El Jardín de las Grietas
Ginebra no era una ciudad, sino un concepto. En las pantallas de la estación digital de Berlín, se desplegaba como un sistema de circuitos: flujos de tráfico, redes de comunicación, planos arquitectónicos y perfiles de seguridad. Durante setenta y dos horas, Javier y Anja no durmieron más que a breves intervalos, sumergidos en el torrente de datos. Vivían en un crepúsculo artificial, alimentados por café y una creciente sensación de urgencia. La cumbre comenzaría en nueve días.
El objetivo de Javier, el eje de su plan, era un hombre llamado Marcus Thorne.
—Ex-Coronel de los Royal Marines británicos —recitó Anja, su voz monótona mientras sus dedos danzaban sobre el teclado—. Condecorado en Irak y Afganistán. Experto en contra-vigilancia. Tras su retiro militar, pasó a la seguridad privada de alto nivel. Ahora, es el Jefe de Seguridad para la cumbre. Casado, dos hijos en la universidad. Reside en Coppet, a las afueras de Ginebra. No tiene deudas registradas. No bebe en exceso. No hay indicios de infidelidad. Sus impuestos están inmaculados. Es una fortaleza, Javier. Un muro de granito.
En la pantalla principal, una fotografía de Thorne. Un hombre de unos sesenta años, con el rostro curtido por el sol y el estrés, pero con una mirada directa y serena. Parecía el tipo de hombre que podía soportar el peso del mundo sobre sus hombros.
—Nadie es una fortaleza, Anja —respondió Javier, rodeando la mesa de trabajo como un tiburón en un tanque—. Solo son prisiones con muros más o menos gruesos. Sigue cavando.
—Ya he revisado sus finanzas, sus comunicaciones, sus redes sociales. El hombre es un santo secular.
—Entonces busca en los archivos de los pecadores. Sus médicos, sus abogados, sus asesores financieros. Busca en los registros de su esposa, de sus hijos. No busques un crimen. Busca una herida. El dolor es una palanca más fuerte que la codicia.
Durante un día entero, Anja se sumergió en las profundidades de la vida de los Thorne. Era una profanación digital, una autopsia sin muerte. Javier observaba, guiándola con preguntas incisivas que rompían los patrones del análisis de datos. "¿Cuándo fue la última vez que viajó fuera de agenda? ¿Hay pagos recurrentes a alguna entidad que no sea una empresa? ¿Alguna búsqueda extraña en su historial médico familiar?".
A las 03:14 de la tercera noche, Anja se detuvo.
—Tengo algo —dijo, su voz apenas un susurro—. Es... sutil.
En la pantalla apareció el historial médico de Eleanor Thorne, la esposa de Marcus. Un diagnóstico de cáncer de páncreas hacía tres años. Un pronóstico terminal. Pero luego, un viaje repentino a una clínica privada en Múnich. Una clínica especializada en tratamientos experimentales no aprobados por la agencia europea de medicamentos. Tratamientos con un coste astronómico.
—Eleanor Thorne murió hace dieciocho meses —continuó Anja—. El tratamiento fracasó. Pero los pagos no. Marcus Thorne sigue transfiriendo cinco mil euros cada mes a una cuenta de holding registrada en las Islas Caimán.
—La cuenta de la clínica —adivinó Javier.
—Sí. Se endeudó hasta el cuello para intentar salvarla, usando un préstamo privado de un consorcio financiero opaco para no dejar rastro oficial. Está pagando una deuda por un milagro que nunca llegó. La deuda total restante es de doscientos mil euros. Suficiente para arruinarlo si se hiciera público. Suficiente para que lo consideren un riesgo de seguridad y lo aparten de la cumbre inmediatamente.
Javier miró la foto de Marcus Thorne. El muro de granito se había resquebrajado, revelando no a un villano, sino a un hombre desesperado que había intentado comprarle tiempo a su amor. Sintió una punzada de algo que se parecía al respeto, y al asco por lo que estaba a punto de hacer.
—Esa es nuestra grieta —dijo finalmente.
Anja se giró en su silla para mirarlo directamente. La luz de las pantallas se reflejaba en sus ojos azules, y por primera vez, Javier vio en ellos algo más que inteligencia fría: vio duda.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó—. ¿Chantajearlo? Es un buen hombre, Javier. Esto lo destruiría.
—El chantaje es burdo. Y crea un activo poco fiable —respondió Javier, su voz endureciéndose—. No vamos a chantajearlo. Vamos a convertirlo en el cebo perfecto. Cincinato es arrogante. Creen que son los únicos que pueden encontrar estas grietas. Así que vamos a ayudarles.
Caminó hacia la pizarra blanca y empezó a dibujar un diagrama.
—Paso uno: filtramos la información de su deuda. No a la prensa. A un nivel mucho más bajo. En un foro de la dark web para intermediarios de inteligencia. Lo haremos parecer un descubrimiento accidental, una pequeña pieza de información a la venta. Cincinato, con su vigilancia omnisciente, lo detectará. Pensarán que lo han descubierto ellos.
—Lo estamos pintando con una diana —dijo Anja en voz baja.
—Exacto. Paso dos: Cincinato hará su movimiento. No lo contactarán directamente. Intentarán presionarlo sutilmente, usando su "Oráculo" para hacerle sentir que su secreto está a punto de salir a la luz. Le enviarán recordatorios de la deuda, manipularán sus extractos bancarios online, quizás un correo electrónico anónimo.
—Querrán que él mismo llegue al borde del pánico —comprendió Anja.
—Y justo cuando esté en ese punto —continuó Javier, dibujando una flecha en la pizarra—, entraremos nosotros. No como La Entidad. Sino como una "tercera parte". Un grupo discreto que le ofrece una solución. Pagaremos su deuda. A cambio, solo le pediremos un pequeño favor relacionado con la seguridad de la cumbre. Un cambio de turno, el acceso a un punto ciego de las cámaras...
—Y Cincinato, que estará monitorizándolo todo, creerá que otra organización lo ha reclutado. Creerán que Thorne es ahora un activo comprometido, un caballo de Troya que ellos pueden explotar.
—Exacto —dijo Javier—. Dejaremos que se acerquen a él, pensando que están manipulando al peón de otro. Pero el peón será nuestro. Cada movimiento que hagan a través de Thorne, nos estará informando directamente a nosotros. Controlaremos el tablero sin que sepan que estamos en la partida.
Anja se quedó mirando la pizarra. El plan era elegante, audaz y profundamente cruel. Se apoyaba en la destrucción calculada de la paz mental de un hombre que ya había sufrido bastante.
—Su vida profesional quedará arruinada —dijo Anja—. Su reputación. Estamos usando la tragedia de un hombre como arma.
Javier se apoyó en la mesa, el peso del mundo pareciendo asentarse sobre él por un momento. La imagen de Katja, sonriendo en un café de Viena horas antes de morir, parpadeó en su mente.
—En esta guerra, Anja, la verdad es la primera víctima. La segunda es la inocencia. Cincinato usó la devoción de Kagawa por su hija para matarlo. Usan la virtud como un arma. ¿Vamos a perder porque nos negamos a hacer lo mismo? ¿Cuántos más Kagawas tiene que haber? ¿Cuántas más Katjas?
El nombre de su antigua protegida quedó flotando en el aire frío del búnker. Anja bajó la vista. Entendió. No tenía que gustarle, pero entendió el cálculo brutal que se estaba haciendo. El coste de un hombre contra la estabilidad de millones.
Javier se enderezó. Su decisión estaba tomada. La duda había sido un lujo que ya no podía permitirse.
Miró a Anja, y su voz no dejó lugar a la discusión.
—Hazlo. Lanza el primer guijarro al estanque. Filtra la información sobre la deuda de Thorne. Y que Cincinato piense que lo ha encontrado él solo.
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